Valentina y la guerra de Malvinas
Llegaron los años de secundario, tan intensos en locuras vividas como en dudas y confusiones constantes, propias de esa edad, donde queremos ser nosotros mismos sin la opresión de los adultos y sus reglas, sin saber hacia donde queremos ir. Jugarle una pulseada al niño que dejamos atrás e intentar trazar nuestro destino. Abrir la mente y el corazón a nuevos conocimientos y caminos por descubrir.
Volvió a su antiguo colegio, Nuestra Sra. del Pilar, encontrándose con algunas de sus compañeras de la primaria, un curso de sesenta niñas revoltosas dispuestas a sortear nuevas aventuras.
Corría el año 1982, sumida la patria por un gobierno militar donde todo estaba prohibido, donde expresarse era pecado, donde hubo tantos desaparecidos, donde nacieron las Madres de Plaza de Mayo con sus pañuelos blancos en la cabeza reclamando justicia, donde exportábamos exiliados, mentes brillantes, músicos, escritores, actores, políticos, estudiantes. Todo aquel que disentía con el gobierno de facto estaba en peligro.
No tenía demasiada conciencia de lo que sucedía, producto de su corta edad, en la casa no hablaban del tema delante de ella.,
El 2 de abril una noticia impactante abordó al país entero, se declaró la guerra a Inglaterra, reclamando los derechos sobre las Islas Malvinas.
Ese mismo día supo que dos de sus primos cumplían el servicio militar obligatorio, viajarían rumbo al Atlántico Sur para sumarse a las tropas. Dos jóvenes de 18 y 19 años temblaban de miedo por la incertidumbre, la suerte que correrían allá, tan lejos de casa, hacerse hombre a la fuerza. La angustia invadió a toda la familia, como sucedió en tantos hogares de Argentina.
Esa mañana tomó la primera decisión adulta, juntó sus ahorros, se vistió con el uniforme del colegio y salió como todos los días, cambiando abruptamente su rumbo. Se subió al colectivo 39 hacia el barrio de Palermo, Av.Santa Fe y Juan B. Justo era su destino. Al llegar se encontró con una muchedumbre de padres, hemanos, tíos, abuelos, envueltos en llanto que desgarraba hasta el alma más dura. Buscó incansablemente caras familiares entre la gente, también arriba de las camionetas militares que transportaban los chicos al aeropuerto. Quemó la suela de sus mocasines en esa misión si lograr encontrar a sus primos. Por esas cosas del destino, inexplicables para la mente humana, pero absolutamente comunes a quienes abren el corazón y perseveran en el deseo que en este músculo late, divisó una cara, no de su sangre, si de su aprecio, debajo del casco verde oscuro asomaban unos ojos azules conocidos, era Tomás, un vecino de su cuadra, en varias oportunidades había llamado su atención por ser muy lindo y simpático. Sintió el impulso de abalanzarse tras la camioneta en la que él viajaba, al grito de Tomás le arrojó el paquete con el dinero y el rosario de su abuela, él la miró y sonrió intentando disfrazar el pánico que corría por sus venas.
Quedó parada en medio de la calle viendo como se alejaba rápidamente sin entender muy bien lo que había hecho.
Los días pasaban, escuchando las noticias en radio y televisión . Titulares como:”Nuestros aviadores son Halcones del aire”, “Le hundimos el Invencible”, “Nuestras tropas avanzan sobre Malvinas”, “Aterrizan aviones enemigos en Chile por combustible y proviciones”, “Avión de la cruz roja ingles intenta cargar armamento en Uruguay”(cuyo hecho fue impedido por el gobierno vecino), “Rusia y Alemania nos ofrecen apoyo logístico”, “E.E.U.U. Nuestros enemigos”.
Preocupados por su hermano mayor que vivía en El Bolsón con su esposa y el pequeño Giuliano y las cartas de sus primos que no fluían. Sabían de José que estaba en el continente, en enfermería, por una infección en la pierna, Santi estaba en las islas, pasando frío y hambre en las trincheras, sordo por las bombas, extrañando el calor del hogar y los amigos del barrio.
Fueron días muy duros. En el aula, durante los recreos, formaban pequeños círculos para leer los informes obtenidos, sintonizando radios del Uruguay (contaban la verdad que no podía expresarse por los comunicadores locales), sentadas en los pupitres, con los pies sobre las sillas, calladas, rezando para que sus seres queridos no estuvieran en la lista de los caídos en combate.
En la calle, momentos de profunda algarabía y otros de un silencio insoportable daban la primicia de lo ocurrido en las islas.
Participó con toda su familia en la colecta de A.T.C. Canal 7, vendiendo claveles por Figueróa Alcorta, en medio de los autos. Personalidades de todos los sectores ofrecían diferentes objetos de arte, joyas, dinero, ropa, alimentos, etc. para solventar a nuestros “Chicos de la Guerra”. La celeste y blanca enarbolaba las fachadas. Los niños mandaban chocolates con cartitas a los soldados, las abuelas tejían medias y chalecos de lana en las iglesias. Lamentablemente tiempo después se supo que todo ese esfuerzo no llegó donde debía, contenedores repletos de alimentos fueron encontrados por el enemigo mientras nuestros colimbas pasaban hambre, la última gran estafa del gobierno de Galtieri.
Margaret Thacher amenazaba con bombardear Bs .As. El Papa intercedía por la paz. El mundo estaba dividido en dos por el “Conflicto del Atlántico Sur”.
Extraoficialmente se comentaba: gran parte de las armas no funcionaban, no había suficientes municiones para los FAL, el presidente se emborrachaba mientras los hijos de la patria entregaban sus vidas, eran maltratados por sus superiores, estaqueaban a nuestros hermanos a la intemperie, discriminaban a los no católicos, las ametralladoras eran obsoletas, muchos soldados morían por estas condiciones y no por la mano del enemigo.
La guerra terminó al poco tiempo, tan repentinamente como empezó.
La ciudad desierta, cada uno en sus casas escuchaban atentamente el informe transmitido por Cadena Nacional.
Luego, la nada...
Con la frente al piso, con una extraña sensación de tristeza y alivio al mismo tiempo, con el sabor amargo de la derrota, con la incógnita de la verdad en la mente.
Sus primos volvieron a casa, flacos, doloridos, asustados, psicológicamente turbados, pero enteros gracias a Dios.
Tomás...no volvió.
Años más tarde cuando los padres de su vecino caído pudieron viajar a las islas, se encontraron con el rosario que Valentina le había dado a su hijo, colgando de la cruz de su tumba, así pudieron reconocer el preciso lugar donde descansaban sus restos.
Aún hay muchas tumbas sin nombre, aún necesitamos rendir un real homenaje, aún hay héroes de guerra no reconocidos, veteranos y caídos, aún esperamos condena a los responsables.
Aún nos duele la memoria...
Silvana Bruni